ENTREVISTA - ALBERTO CARRAPIZZO
Hoy es un jubilado de Barrio El bosque que opina que la sociedad no reconoce a aquellos que, como él, integraron en 1955 el Regimiento de Granaderos, y que como tales tuvieron la responsabilidad de custodiar al entonces presidente Juan Domingo Perón, el 16 de junio.
Tiene 73 años, está casado; tiene dos hijos y seis nietos. Es Jubilado (cobra la jubilación mínima) integró el histórico Regimientos de Granaderos José de San Martín, y como tal le tocó custodiar en la Casa Rosada a Juan Domingo Perón el 16 de junio de 1955, durante el bombardeo a la Plaza de Mayo.
En la caja de fotos y cartas que Alberto Carrapizzo desparrama sobre la mesa del living hay señales de un pasado que él revive con una mezcla de orgullo y de dolor. En esas fotos aparecen, sucesivamente, un joven soldado en ropa de fajina, solo o en grupo, o vestido de Granadero. Carrapizo mira fijo, y advierte: “tengo un ojo de vidrio”. Cuenta que lo perdió hace unos años, a causa del disparo del arma de un delincuente que lo asaltó en su almacén del barrio El Bosque. Pero ese no ha sido su único traspié. “Todavía hay alojada una bala en la ingle”, se señala Carrapizo, uno de los granaderos del Regimiento “General José de San Martín” que el 16 de junio de 1955 tuvieron la responsabilidad de proteger al entonces presidente Juan Domingo Perón, en la jornada en que aviones de la Marina y de la Armada bombardearon la Plaza de Mayo, con el saldo de 364 muertos y más de 800 heridos, según cuenta la crónica de la época. No lo lograron, pero el Golpe de Estado llegaría tres meses después, el 16 de setiembre de 1955, y tomarían el mando, sucesivamente, Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu. Pero el 15 de junio del 55, recordará el ex granadero Carrapizzo, él pudo cumplir con la misión de escolta presidencial que en 1907 se le había encomendado al regimiento de los Granaderos que creó el general José de San Martín en 1812.
- ¿Qué recuerda del 16 de junio de 1955?
- El día estaba gris y lluvioso. Eran cerca de las 12 de la mañana, llegábamos en los camiones a la puerta del Regimiento por Paseo Colón, que es la puerta de ingreso para los Granaderos y para la Policía Federal. Empezamos a saltar de los camiones. Y cuando estábamos saltando, empezamos a sentir las metrallas que venían desde ahora está el estacionamiento.
-¿Los tomó por sorpresa?
- Totalmente. Nadie sabía nada. Eramos treinta granaderos que íbamos a hacernos cargo de la guardia, porque se retiraban los otros 30 que estaban adentro. Siempre rotábamos.
- ¿Qué lugar le tocaba a usted ese día?
- Siempre íbamos rotando. Eso se sabía sólo cuando se entraba. Nosotros golpeábamos la puerta (de la Casa Rosada), y no nos abría nadie, nos arrastrábamos . Finalmente nos abrieron, hasta que pudimos entrar. Las balas caían a 20 centímetros de mi cabeza, y atrás teníamos un oficial con la pistola en la mano, que nos apuntaba a la cabeza, y nos decía: “disparen”, para defenderlo a Perón. Como custodia presidencial, la obligación del regimiento es defender al que está como Presidente, sea quien sea. Las balas venían de todos lados; había francotiradores por todos lados: en el Ministerio de Economía, en el Banco Nación; en el Banco Central. Por donde nos asomábamos, nos rebotaban las balas.
- ¿Cuánto duró el bombardeo?
- No le puedo decir. Yo pertenecía al escuadrón armas pesadas, que se divide en dos secciones, ametralladoras antiaéreas y sección morteros. Era apuntador de la sección morteros, que es un caño largo que tiene a la par un elemento por el cual usted calcula la distancia donde quiere que caiga la bala. En un momento me mandaron al helipuerto con las cajas de las tiras de las balas para las ametralladoras antiaéreas. Llego al helipuerto, y cuando tenía que cruzar hasta la ametralladora, uno de los aviones pasaba ametrallando. Recibí una esquirla, que me pegó en la ingle, y caí desmayado. Cuando desperté, estaba en la enfermería de la Casa de Gobierno. Antes, había estado en los balcones del Salón Blanco, con la ametralladora antiaérea disparando contra todo lo que fuera verde. Ese día había una manifestación de la CGT en adhesión a Perón. Calculo que había cientos de vehículos ametrallados y bombardeados. Sólo que como los aviones venían a baja altura -según los que saben- las espoletas de las bombas no tenían la fuerza suficiente para explotar cuando llegaban a tierra. La Plaza de Mayo estaba llena de gente. Era como ver un enjambre.
- ¿Qué pasó al día siguiente?
- Cuando reaccioné ya estaba vendado. Salimos con las ametralladoras Halcón a recorrer Avellaneda y Lanús, y donde veíamos que alguien no acataba la voz de alto, había que disparar a las piernas, porque no sabíamos si venían a defenderlo a Perón o a profundizar el golpe.
- ¿Recuerda la procesión de Corpus Christi que precedió por unos días al bombardeo a la Plaza de Mayo?
- No lo viví; nosotros no nos enterábamos de casi nada. Sí sabíamos que lo querían voltear a Perón porque trataba bien al obrero, y la oligarquía lo tenía a mal traer. Eso sí, el 16 de septiembre (el día del golpe al que se llamó “Revolución Libertadora) nosotros no disparamos ni un tiro, y sólo nos enteramos del golpe por el cambio de oficiales, entre los que estaba Alejandro Lanusse.
- ¿Cómo terminó la jornada del 16 de junio?
-Todos alborotados. Habían muerto compañeros; a ese muchacho al que yo le llevaba las cajas con las balas para la ametralladora antiaérea, pasó un avión, y el lo volteó con la ametralladora. Pero otro, que venía por detrás, lo ametralló a él, y lo partió por al mitad. Eramos compañeros. También nos abrazábamos con los compañeros que habíamos quedado, con los oficiales y con los suboficiales.
-¿Cómo ha podido convivir con esos recuerdos?
(Responde entre sollozos). Yo saltaba en mi cama, y mi madre me despertaba.
-¿Lo trató a Perón?
- Lo tuve como la tengo a usted. Y el mayordomo, con el paraguas tapándolo cuando llovía o cuando había sol. También hice guardia en la residencia de Olivos, y en la casa en la que murió Evita, frente a la plaza Mitre. Para vivir como vivía Perón, yo hubiera preferido no vivir: había ametralladoras por todos lados, custodiándolo.
- ¿Qué imagen le dejó Perón?
- Buena. Dormíamos en colchón pullman, nos daban cigarrillos importados, comíamos la comida que comían los oficiales. Nos saludaba: “granadero, cómo anda, qué necesita”. Pero teníamos la orden de no decirle ni por casualidad lo que necesitábamos.
-¿Significó defender a un hombre, o a la democracia?
- No. Se trataba de defender a un presidente, porque el regimiento de Granaderos es la escolta del Presidente, sea quien sea.
-¿Se daba cuenta de que estaba siendo parte de la historia?
- Ni por las tapas. Yo, lo único que sabía era que tenía que hacer las cosas bien.
Fuente: La Gaceta
domingo, 15 de junio de 2008
Memorias del bombardeo a la Plaza de Mayo
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