Remigio Manuel Maldonado, se llamaba.
Yo me crié en el campo. En realidad, me crié en Inglaterra. En una estancia, cerca de Venado Tuerto. En una de esas pequeñas Inglaterras que habían por entonces en los alrededores de Venado. Viví toda mi infancia en esa pequeña Inglaterra, que los ingleses han sabido llevar consigo por todo el mundo, y donde vivían, en cualquier lugar en que se instalaban.
Mi infancia transcurrió en la década del ´40. Me crié en inglés, en el campo, en Inglaterra. Y me crié rodeado de improperios, invectivas y epítetos respecto de Perón, Pueblo, Masa, Negros, Natives, Tango, Fútbol, Pizza, Evita. Todas malas palabras que, como niño viviendo, viendo y aprendiendo del mundo a su alrededor, se fueron transformando en naturales, tan naturales como el infierno, el diablo, el sexo y todas esas cosas malas, de las que hay que rogar a Dios que nos proteja y nos libere.
Uno de los pocos contactos que tenía con el mundo real era con los peones, junto a quienes laburaba, porque, inglesito o no, laburar había que laburar.
Entre los peones estaba Maldonado, quien había estado desde siempre, y siguió estando cuando yo, ya mas grande, ya me había ido.
Maldonado era nuestro preferido. Era un criollo criollo. Un gaucho de verdad. Duro, viejo, sabio, amable, cariñoso, justo.
Tiempo después, cuando en el colegio hube de leer Don Segundo Sombra, Don Segundo, y todo ese mundo, eran para mi un personaje y un mundo absolutamente conocidos y familiar, a quienes yo conocía ya desde hacía tiempo, pero que se llamaba Maldonado, y que era mi infancia.
Con Maldonado aprendimos de caballos, vacas y ovejas, de teros, cuises, peludos, zorros y zorrinos, liebres y perdices, de cardos, sorgos, charcos, sapos y sapitos, de arados y alambrados, a andar a caballo, a arrear hacienda, a separar, rodear, marcar, vacunar, ensillar, tusar, herrar, arreglar alambrados. Hicimos arreos de kilómetros, días y noches, mates de madrugada en el medio de un camino, asaditos apurados, a cagar tras los yuyos, limpiándonos con pasto. Charlábamos, nos contaba, nos enseñaba. Don Segundo.
Maldonado fue un maestro. En el verdadero sentido de la palabra Maestro.
Yo idolatraba a Maldonado. Yo no lo sabía, pero yo amaba a Maldonado.
Una mañana de invierno -yo tenía como10 años- Maldonado estaba barriendo hojas debajo de unos árboles. Yo me acerqué alegremente: “Buen día Maldonado”, como siempre. No me contestó y siguió barriendo, dándose vuelta, dándome la espalda.
Me acerqué más lentamente y me dí cuenta que Maldonado estaba llorando. ¡¡Maldonado estaba llorando!!
Me quedé duro, petrificado, consternado. El mundo se me sacudió, se me tambaleó.
¡Maldonado estaba llorando!. Un hombre grande, ¡estaba llorando!. Mi ídolo, ¡estaba llorando! ¡Yo no entendía nada!
Después de un rato logré juntar coraje y, con miedo, me animé y tímidamente le pregunté: “Maldonado, ¿está llorando?”. ¡No lo podía creer!.
Me miró, con los ojos llenos de lágrimas.
¿“Porqué llora, Maldonado?”
“¡Ay Mique!, anoche se murió Evita”, sollozó.
Por amor a él, lo abracé. Miré a mí alrededor, para asegurarme que nadie me veía (porque los ingleses no hacen “esas cosas”) y lo abracé. Yo era chiquito, y él no era muy alto. Lo abracé.
Muchas veces me han preguntado cuando fue que yo me hice peronista.
No fue un momento, fue un proceso, muy largo y muy duro.
Y creo que fue en ése día que empecé a ser un poquito menos inglés, un poquito menos gorila. Y algún día, gracias a Evita y a Maldonado, tal vez llegue a ser un buen peronista.
domingo, 2 de enero de 2011
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