Duros tiempos vivía el pueblo peronista. Tiempos de proscripción, de silencios largos, de miradas bajas y de angustia que oprimía el pecho.
La dictadura surgida del golpe gorila del 55 había usurpado el poder, condenado al exilio al General y prohibido -expresamente y por decreto- el uso y alusión a los símbolos y elementos distintivos del peronismo, castigando la sola mención de Perón y de Evita.
Y los compañeros golpeados, desorientados y desorganizados intentaban una y mil formas de luchas e inventaban, casi sin darse cuenta, la Resistencia Peronista.
Entre ellos, el Negro Carlos, músico y militante, sufría esa ley imposible que intentaba prohibir un sentimiento.
En un oscuro empleo de escritorio se ganaba la vida el Negro Carlos y sumaba pesos al presupuesto familiar animando con su bandoneón bailongos, cumpleaños y peñas.
Tangos, milongas, gatos y chacareras empujaban al baile cuando sus rodillas castigaban al baqueteado fueye y sus manos de mago le arrancaban sonidos imposibles.
Y en el pico de la fiesta, allá por el quinto o sexto vino, le brotaba el sentimiento prohibido que le inflaba las venas y el grito de “-¡...Y A MI QUÉ PUTAS ME IMPORTA EL DECRETO…! ¡...VIVA PERÓN, CARAJO...!” congelaba de golpe la bailanta para dar paso a los acordes estentóreos de una Marcha Peronista que convocaba a la rebelión.
Y eran muchos los que se prendían y cantaban la Marchita a voz en cuello y acabado el canto, bandoneonista y cantores se encaminaban solitos a los patrulleros o al camión celular, a pagar con unos días de calabozo el descaro y la violación de la ley que prohibía ser peronista.
Fuente: La Nueva Argentina
¡Gracias Compañeros!
lunes, 17 de marzo de 2008
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